martes, 4 de noviembre de 2008

hay que entrar ahí, tan expuesto desde que se divisan los espejos. hay que entrar ahí en la peor hora. hay que hacerlo, sí, a veces no hay más remedio. por suerte conservo ese saco, al que no puedo verle ninguna rajadura, niguna parte gastada, ningún botón que falte, ningún agujero en el bolsillo derecho, y que es perfecto para toda batalla. no funcionará para ellos pero funciona bien para mí, ese manto, esa capa, ese exoesqueleto blandito. un exoesqueleto blandito como solo un humano precisaría y llamaría protección.
ellos todos tienen mejores trajes, es de esperar. y pude llegar a pensar, mientras caminaba acercándome a la entrada, que existe una relación entre sus trajes esmerados y la cantidad de espejos con que revisten sus castillos por dentro y por fuera. sin embargo, si se los observa en su interacción con éstos, ninguno tiene cara de felicidad, sino más bien lo contrario. hasta llegué a ver algunos que ni se paraban a mirarse. es como si les disgustara su reflejo, y aún así no se cansan de pasarse por delante de ellos. "qué novedad" fue todo lo que pude pensar, porque yo ya esperaba ese comportamiento. estaba bien advertido por mi propia experiencia, y aún así lo comento.
llegué a la puerta sólo cuando me desvié del camino anaranjado y punteado, que en cierto momento había comenzado a seguir pensando que me llevaría a la puerta pero que solo me llevó a quedar como un demente dando vueltas en círculos tan cerca de la entrada. miré lo que se suponía que era el pestillo, y no supe si abrir o llamar, pero opté por abrir, total siempre me podrían echar y no me importaba. ni siquiera era mi asunto todo aquello. "buenas tardes, vengo de parte de..." y la mujer, mirando fijamente mi forma de pararme, me dijo que esperara allí.
mientras esperaba entraron detrás de mí más de ellos con sus trajes, y miraban a la mujer con más desprecio que a mí. supuse que no entendían qué hacía alguien tan desprotegido en el medio de uno de los castillos más feroces, y les daba más pena que desprecio. cuando bajó él, me dijo: "La pregunta es..." y por un segundo pensé que había una contraseña, que mi manto no era suficiente, que iba a ser todo descubierto por haberme olvidado de preguntar un puto detalle, pero no temblé ni un momento y mi cara al parecer no cambió, porque él siguió: "¿Lo has visto?". y no, la verdad era que no lo había visto, que no me importaba en lo más minimo ya, que cuando había estado en su presencia me había costado mucho mirar, porque no creía que tuviera sentido, porque entendía que era producto de una aberración, y que estaba allí solo para hacer un favor y saldar una deuda. pero dije que sí porque mi paz dependía del éxito de ese favor, y creo que él estaba tan ansioso que no quiso escuchar más, porque mientras yo me extendía tratando de no parecer totalmente desinteresado, pero tratando a la vez de que la venta no sonara a súplica (mi armadura nunca termina de encubrir mi orgullo) me di cuenta que me estaba tendiendo la mano llena de dinero. mi boca se cerró a la mitad de la palabra "estupendamente". hice un gesto de agradecimiento, y me dirigí hacia la puerta con él caminando detrás mío. me escoltaba un señor y esta vez no era a las patadas. hice un gesto de empujar la puerta para salir, y él, como enseñándome, me interrumpió y abrió la puerta delicadamente tomando el pestillo que hizo un chasquido musical, por supuesto. "muchas gracias" y eso fue todo. salir de allí. caminar rápido. dejar de verse reflejado en las paredes.