lunes, 26 de noviembre de 2012

Julia

“We’ll meet again, don’t know when, don’t know when…”

Se escucha la voz de Johnny Cash apagada por una intensa vibración al lado de la almohada. Delicadamente, aunque después de haber escuchado un poco más de la canción, entre sueños, sin saber si está despierto o no, se apaga el despertador, se calla Johnny Cash, se abren los dos ojos.

Todo oscuro, excepto por las líneas de luz paralelas al techo. Con el cambio de hora y el inminente verano ya no se despierta de noche. Hoy no está solo. Va directo a la heladera. De pasada calienta agua para el café. Es el único día de la semana que toma café antes de salir a la calle, antes de llegar al trabajo, antes que nada. Es el único día que tiene y que usa la leche de su heladera. Café con leche para ella.

El olor al café que se va haciendo de a poco mientras él apronta sus porquerías para el día le hace acordar a las mañanas en Barcelona, esas vacaciones soñadas que cada vez parecen más lejos, que ya casi son ininvocables, excepto por estos disparadores fortuitos de los olores. Piensa en serio sobre esto, cree que ha tenido una idea, algo sobre la perdurabilidad del olfato como disparador de la memoria, y enseguida se dice que alguien ya lo debe haber dicho, como siempre. Vuelve a saborear el olor a café, a sentirse bien en el recuerdo de esas mañanas, a añorar la adrenalina de estar lejos, de tener planes nuevos cada día, de ser un poco turista y un poco vagabundo allá lejos.

De pronto se está lavando la cara con agua fría, porque hace unos meses que no hace tanto frío a la mañana como para tomarse la molestia de abrir esa canilla del agua caliente que luego cuesta tanto trabajo cerrar bien, sin que quede goteando. Se ve la cara y ya no está más en Barcelona, ni metido en el olor a café. Es lunes, tiene que ir a trabajar y sin darse cuenta ya se está lavando los dientes. Cosa graciosa, piensa, las caras que hace en el espejo. “Gracias a Dios por la intimidad de las mañanas” está pensando justo cuando aparece en la puerta con cara de dormida, Julia.

- Hola, pa.
- Hola, Julia.

Julia ya conoce la rutina porque aunque es chica, solo tiene 7 años, ya ha pasado muchos lunes así, con él. Va sola a la cocina y prende la tele. Como no hay cable acá tiene que mirar el noticiero de la mañana, y Julia ve cualquier cosa, no entiende nada, los goles internacionales, el pronóstico del tiempo. Toma su café con leche, y se pone el uniforme del colegio, mientras su padre le apronta la vianda con el almuerzo. Algo que no sea totalmente una mierda, para que Andrea no le salga con clases de nutrición que no necesita, pero no tan sanas como para que Julia lo odie por no estar tan presente y encima darle espinacas de comer.
Le arregla el cuello de la camisa de pique, tan inmunda, le da vuelta los puños de las mangas del canguro azul y blanco, le ata los cordones con doble moña, como le pide Julia, para que no se desaten en todo el día. Julia ya se lavó más o menos los dientes, pero se los hace lavar de nuevo para tener la conciencia tranquila, o su compulsión tranquila, quién sabe.

Están prontos. Es verdad que él se tomaría un whisky hoy, no sabe por qué pero está más jodido este lunes que cualquier otro, pero no se va a poner a hacer pavadas con la nena ahí, es cuando menos una buena excusa para no ir borracho ya el lunes. Sería demasiado.

Piensa en una fracción de segundo que no está haciendo nada con su vida, algo que piensa recurrentemente desde los 19 años, aunque haya tenido una hija, un matrimonio fracasado, miles de parejas ridículas y algún que otro trabajo patético hasta llegar hasta acá, hasta abrir la puerta de su apartamento en propiedad horizontal que bueno, después de todo no está tan mal, saliendo con Julia para el colegio, llegando un poco tarde.

Está gris afuera, salen por el pasillo con la mochila, la vianda, y la mochila de él. Van a la parada del ómnibus. Mientras esperan en silencio Julia mira a los demás y le habla un poco sobre el campo deportivo, porque en el colegio hoy es día del campo deportivo ¡qué emoción!

- Papá ¿por qué tenés cara de aburrido?
- No sé, Julia, porque es la vida así, qué sé yo…
- Siempre decís lo mismo, todo es que la vida es así. ¿Así cómo?
- No sé, Julia, creo que todavía no lo sé…
- ¡Mirá que hablás pavadas! – y larga una carcajada tan divina, tan de niña que no le afectan todavía los lunes, tan sana como la espinaca, como la pascualina que él odia, y que a ella como es una niña hermosa le da igual.
- Sí, es así, tal cual, Julia.

Habla pavadas, no sabe qué es la vida pero siempre responde lo mismo, y hace lo mismo, y recuerda siempre lo mismo.

Llega el ómnibus. 144 – Cementerio Norte. Todos los días se toma el mismo ómnibus que va a Cementerio Norte. Se pregunta un poco cuándo va a ir a Cementerio Norte de veras, en algún vehículo más sofisticado. Está seguro de que morirá joven y que sus padres se saldrán con la suya con el velatorio y la marcha fúnebre. Él por supuesto que quisiera morir desintegrado por una explosión nuclear, o caer adentro de una grieta en el Gran Cañón y que no lo encuentren nunca más y que todos tengan que ir a ver su tumba magnificente, labrada por la historia de la propia Tierra. Qué mejor…

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